Aucune langue trouvée. Chapter 2 – Breaking Free from Collective Hypnosis | The True Self

Chapter 2:
Breaking free from collective hypnosis

veil of illusion, distorted perceptions, unconscious beliefs, personal lies, emotional release

Duration : 2h 30

Content

« En la era de la información, donde todos estamos conectados, la ignorancia es una elección. ».

El primer capítulo nos permitió quitar el velo.

Vimos cuánto nuestra construcción interna se apoya en bases frágiles, hechas de información errónea, creencias impuestas, condicionamientos heredados, muchas veces sin filtro, muchas veces sin conciencia.

Vivimos, literalmente, en una ilusión.

Pero esa ilusión no es un destino obligado.
Se puede desmontar.
Disolver.
Trascender.

No con violencia ni con revuelta, sino con lucidez.
Porque es mirando de frente las raíces de nuestros miedos, identificando los patrones mentales repetitivos, que poco a poco recuperamos nuestro poder.

Lo que más nos ata no viene de afuera: son esas cárceles invisibles que mantenemos con hábitos, con miedos, con lealtades inconscientes.

Y sin embargo, el mundo externo, los sistemas, las instituciones, las estructuras sociales, no ayudan.
Poco, casi nada, está realmente pensado para nuestra libertad interior.
Todo está montado para mantenernos ocupados, divididos, distraídos… pero rara vez despiertos.

Por suerte, hay llaves.

Aprender a poner palabras a nuestros males, volver al silencio, al contacto con la naturaleza, a nuestro respiro, a esa voz interna demasiado tiempo callada…
Todo eso forma parte de este regreso a uno mismo, esta reconexión con nuestra esencia verdadera.

En este segundo capítulo, vamos a entrar todavía más profundo en ti.

Observar los mecanismos que, dentro mismo de nuestras sociedades, siguen adormeciéndonos.
Preguntarnos quién mueve los hilos, qué fuerzas orientan nuestras elecciones, qué intereses se esconden detrás del decorado tan pulido del mundo moderno.

Hablaremos del dinero, esa energía mal entendida, a menudo demonizada o idolatrada, pero pocas veces comprendida en su verdadera vibración.

Veremos cómo el sistema mantiene la escasez, cómo frena nuestra soberanía, y cómo, paso a paso, podemos liberarnos de esas cadenas sutiles.

No se trata de un simple despertar intelectual.

Es un camino de desprogramación, de observación consciente, de recuperación de soberanía.

Vamos.
Más profundo.
Más cerca de la verdad.

Y sobre todo… más cerca de ti mismo.

hipnosis colectiva y manipulación  |  cadenas invisibles del sistema  |  medios y propaganda moderna  |  el miedo como herramienta de control social  |  mentiras institucionales  |  salir de creencias condicionadas  |  desobediencia consciente  |  recuperar el poder interior  |  ilusión del tiempo y del trabajo  |  educación y moldeado de las mentes  |  religión y miedo a lo divino  |  libertad individual y soberanía espiritual

Chapter content 2

Las cadenas invisibles

La humanidad no vive solo en un mundo físico.
Se mueve en una matriz psicológica, emocional, ideológica.

Una red apretada de creencias, de costumbres, de relatos repetidos desde la infancia.
Estas estructuras están tan metidas que parecen naturales.

Pero son fruto de un condicionamiento muy calculado.
El condicionamiento de un pueblo para seguir sumiso, dócil, obediente.

La ilusión de libertad, cuando todo ya está decidido desde arriba.
« ¿Desde arriba? », qué interesante…


Los medios: instrumentos de moldeado masivo

En 2020, una operación mundial dejó ver la magnitud de la manipulación orquestada por quienes tienen las riendas del poder.
El COVID fue una prueba para todos, pero también un revelador.

El miedo a morir, parte fundamental de nuestra psique, fue usado como palanca.
Los gobiernos, apoyados por los medios, lanzaron en bucle mensajes de miedo.
Había que obedecer, conformarse, aceptar sin discutir.
El noticiero se volvió una misa diaria, la vacuna un dogma, y toda disidencia un sacrilegio.

Y sin embargo, desde el principio se veían señales contrarias.
Circulaban testimonios, algunos investigadores cuestionaban las cifras, médicos se atrevían a hablar.
Pero esas voces fueron rápido apagadas.
Borradas, censuradas, ridiculizadas.


/
Las redes sociales, hablemos de ellas: ¿quién las maneja, de verdad?

¿Quiénes son los dueños reales de esas plataformas tan polémicas durante la pandemia?
¿A quién rinden cuentas?
¿Con qué intereses financieros están atadas?

Haz la pregunta directa:
¿Por qué ciertas voces fueron brutalmente borradas?.
¿Por qué tal médico, tal investigador, tal periodista fue silenciado, difamado, desaparecido del mapa?.
¿Cuál era su mensaje, su tono, su verdad que molestaba?.

YouTube, al principio, intentó aguantar.
Pero muy pronto, la presión fue demasiado fuerte.
Cayeron las censuras, ajustaron los algoritmos, trazaron las líneas rojas..

Por suerte, quedaban otras plataformas.
Espacios alternativos, muchas veces creados por gente sin conflictos de interés, sin agenda escondida.
Lugares todavía libres, donde se podían escuchar gritos, dudas, llamados.
Donde especialistas —los de verdad— pudieron dar la alarma..
Donde personas valientes se animaron a mostrarse, expresarse, exponerse.
Esos espacios quizás no tuvieron el eco de los gigantes digitales…
Pero resistieron.
Y ayudaron a que cierta conciencia colectiva no cayera del todo en la amnesia impuesta.

No era solo una crisis sanitaria, sino una prueba mundial de obediencia.

Los grandes medios no son neutrales.
Pertenecen a grupos privados, a su vez ligados a bancos o conglomerados industriales.
Los jefes de redacción obedecen una línea editorial.
Los periodistas, a consignas estrictas.
Y cuando estalla una crisis global, las órdenes siempre vienen de arriba.
¿Pero quién está “arriba”?

La Organización Mundial de la Salud marcó el paso.
¿Pero quién la financia?
Principalmente los Estados… y fundaciones privadas.
Intereses mezclados.
Conflictos de interés apenas disimulados.
Cuando una empresa vende las vacunas y al mismo tiempo financia a los organismos que las recomiendan, ¿se puede hablar de imparcialidad?

Las masas, hundidas en el miedo, siguieron.
No por tontas, sino por cansancio, por necesidad de certezas, por conformismo también.
La duda se volvía insoportable.
Pensar se volvía peligroso.
Y entonces, obedecer se convirtió en el camino de menor resistencia.


/
Piensa un momento en esto:

Los canales de TV, las radios, los periódicos…
No son instituciones desinteresadas.
Son empresas.
Y esas empresas tienen dueños.
Grupos.
Poderes.

Y no compran medios por hobby.
Invierten fortunas, con metas claras.
Son palancas de influencia.
Herramientas de difusión.
Vitrinas, a veces maquilladas de neutralidad.

¿Su objetivo? Promover sus intereses.
Y muchas veces, esos intereses no están solos: están conectados a otras esferas de poder, económicas, políticas, bancarias.
Algunos pertenecen a redes de influencia más discretas, incluso ocultas, secretas.

Grupos cerrados, antiguos, estructurados, cuyas decisiones pueden cambiar el curso de la historia en pocas reuniones privadas, en salones elegantes o sótanos sagrados.

Ni siquiera el director de un gran canal de televisión es libre.
No decide solo qué se emite.
Las líneas editoriales se imponen.
Las narrativas están coordinadas.
Y cuanto más cerca está un medio del poder político, sobre todo en canales nacionales, menos margen tiene.

Las órdenes siempre vienen de arriba.
Pero entonces… ¿quién está “arriba”?
¿Quién marca la línea de un presidente de canal público?
¿Quién da las consignas sanitarias mundiales?
¿Quién está por encima de un jefe de Estado, si este no es más que un peón en un tablero que lo supera?

Durante la crisis del Covid, por ejemplo, se tomaron decisiones enormes a escala planetaria, todas alineadas, todas centralizadas.
La OMS lanzaba sus directrices, y los países seguían.
Pero ¿quién le da sus instrucciones al jefe de la OMS?
¿Quién puede influir en un organismo internacional al punto de uniformar las medidas sanitarias de todo el planeta?

¿Tú qué crees?

Unas cuantas bancas, y los que están detrás de ellas.


El miedo, herramienta política ancestral

El miedo es la herramienta más eficaz para controlar a un pueblo.
Hace callar, divide, aísla.

El miedo a morir, a perder, a quedarse sin nada.
El miedo a pensar diferente.
El miedo a ser juzgado.

Los medios ya no informan.
Moldean.
Repiten relatos cuidadosamente construidos para mantener a la gente en un estado de estrés crónico.
Cada noche, imágenes de conflictos, dramas, catástrofes.
Y siempre las mismas: Israel, Jerusalén, los atentados.

¿Por qué esta repetición? Desde hace tanto tiempo…

Porque un pueblo ansioso consume.
Porque un ciudadano con miedo obedece.

Los canales de televisión no están ahí para informar.
Son vitrinas.
Promueven productos, moldean opiniones, orientan votos.


/
Hay una pregunta que me persigue desde hace décadas:

¿Por qué, desde que empecé a mirar la tele, y hablo aquí de una observación constante, día tras día, durante más de cincuenta años, el noticiero de las 20h en Francia muestra siempre imágenes de conflictos, atentados o tensiones en Jerusalén, Gaza, Israel?
¿Por qué todos los días, desde medio siglo, el mismo relato, el mismo drama?
¿No hay nada más interesante entre ese país y Francia?
¿Las únicas noticias importantes del mundo se juegan allá?
¿O hay algo más detrás de esa repetición mecánica, casi hipnótica?

La única respuesta plausible que he podido ver es esta:

Alimentar el miedo.

Destilar, día tras día, una forma de angustia sorda.
Recordar de fondo que el mundo es peligroso, inestable, amenazante.

¿Y para qué hacerlo?
Porque un pueblo ansioso consume más fácilmente.
Porque un individuo estresado se vuelve dependiente, de su comodidad, de su pantalla, de sus certezas.
Porque masas mantenidas en tensión crónica se vuelven más dóciles, más obedientes.

Al final, terminamos agradeciendo lo poco que tenemos.
Nos conformamos.
Producimos.
Consumimos.
Y todo eso, con una sonrisa.

Es una técnica sutil pero tremendamente eficaz:
La manipulación por el miedo.
Y todo esto, orquestado no para informar… sino para moldear al ser humano según un programa preciso.

El que ellos diseñaron para nosotros.

/
Quizás tengo una visión menos radical que mi padre sobre este tema, porque siempre traigo el contexto al individuo.
Creo que lo que se muestra en las pantallas no busca solo controlar, sino sobre todo captar la atención, y el miedo es, de lejos, la emoción más eficaz para eso.
Activa instantáneamente nuestro sistema nervioso, estimula la amígdala y corta la razón.
Es una emoción primaria, arcaica, que nos impide apartar la mirada.

Ahora bien, en una economía donde la atención se volvió el recurso más codiciado, los grandes grupos mediáticos solo buscan una cosa: beneficio.
Cuanto más tiempo nos quedamos pegados a la pantalla, más consumimos sus contenidos, y más dinero da la publicidad.
El miedo se usa entonces como un anzuelo, un gancho invisible.

Pero hay algo aún más insidioso: el miedo es adictivo. Cada noche, al recibir nuestra “dosis” de catástrofes y dramas, nuestro cuerpo segrega adrenalina y cortisol.
El sistema nervioso se acostumbra a ese chute.
Al día siguiente, inconscientemente, lo buscamos otra vez.
Como una dependencia suave, invisible.

Este ciclo de alimentar con miedo termina moldeando nuestra percepción del mundo.
Nos hace creer que el peligro está en todas partes, que la amenaza es constante. Y cuanto más vivimos en esa tensión, más buscamos salidas: consumir, distraernos, anestesiarnos.
Exactamente lo que esperan los grandes grupos.

Así que sí, hay manipulación, pero no es solo política o ideológica, es sobre todo económica.

Juega con nuestra biología más profunda, con esa falla humana que es la fascinación por el peligro.
Es una mecánica potente, pero que podemos desactivar si retomamos conciencia de nuestra responsabilidad: elegir lo que dejamos entrar en nuestra mente, y desaprender a alimentarnos del miedo.

/
Como ya entendiste leyendo estas líneas, nuestro padre siempre nos enseñó a superar nuestros miedos.
Los pequeños, como el miedo a los insectos o el de ir a pedir sal a la camarera con seis años, pero también los más grandes: el miedo a emprender un proyecto que nos importa, el miedo al fracaso, el miedo a la mirada de los demás…

Miedos naturales cuando uno crece, pero que nos enseñó a enfrentar.
Y esa es, sin duda, una de las cosas más valiosas que nos transmitió: aprender a soltar los miedos, a observarlos desde afuera, sin que tomen el control de nuestra vida.

Dato curioso:
El miedo y la excitación activan las mismas zonas del cerebro, como la amígdala.
Provocan incluso reacciones físicas idénticas: corazón acelerado, subida de adrenalina, tensión en el cuerpo.
La única diferencia entre ambas es nuestra interpretación.
Si vemos una situación como amenaza, sentimos miedo. Pero si la vemos como un reto estimulante, podemos transformar esa misma energía en emoción positiva.

Y eso fue lo que nuestro padre nos enseñó: a cambiar la mirada, para hacer de nuestros miedos motores en vez de frenos.


La mentira bajo envoltorio publicitario

La manipulación no siempre es brutal.
Se mete en los detalles.
Una caja vacía con un empaque bonito.

Un eslogan bien pensado. Una imagen asociada a un sueño.

Se vende azúcar y grasa a niños con dibujitos.
Se vende libertad con cigarrillos.
Se vende felicidad con marcas de lujo.
Y cada objeto se vuelve una promesa.
Pero esas promesas están vacías.
Alimentan una búsqueda sin fin.
Una dependencia.

Los profesionales del marketing no venden un producto, venden una falta.
Y la solución a esa falta.
Una y otra vez.

Y los que dirigen esas empresas, los que saben los secretos de fabricación, ¿consumen lo que venden?
Muchas veces no.
Conocen la toxicidad.
Saben lo que hacen.
Pero lo importante es que la máquina siga girando.


/
Para romper un poco más algunos mitos bien metidos en nuestras mentes dormidas, veamos las cosas desde otro ángulo.

Tomemos la marca BMW, por ejemplo.
Estoy casi seguro de que los directivos de la marca manejan orgullosos los coches que producen.
Y tiene sentido.
Los conocen, los disfrutan y los consiguen a buen precio. Es lógico.
Es su orgullo.

Pero ahora… imagina la misma lógica aplicada a una empresa como Philip Morris, Camel o Marlboro.
¿De verdad crees que los CEO, directores de marketing o ejecutivos de esos gigantes del tabaco fuman sus propios cigarrillos, mañana y noche, con entusiasmo?
Claro que no.
Saben perfectamente lo que contienen.
Conocen los daños.
No son tontos.

Y sin embargo, los venden con una persuasión casi militante.
Publicidad impecable, imágenes perfectas, eslóganes hipnóticos.
Se vende lo cool, la libertad, la masculinidad, la sensualidad… a través de venenos.
Es hábil.
Y cínico.

Yo empecé a fumar a los 17 por culpa de la publicidad de Marlboro en la tele, con ese vaquero tan libre y tranquilo junto a su fuego…

Aún peor, existen oficios cuyo propósito es justamente volver atractivos esos productos tóxicos.
Diseñar los empaques.
Pensar los eslóganes.
Crear el deseo.
¿Una profesión como cualquier otra?
Tal vez…

¿Pero con qué karma, al final?

Y qué decir de las campañas sanitarias durante el Covid?
Se impuso, se aconsejó, se repitió, muchas veces con fervor casi religioso, el acto de vacunarse.
Pero miremos los hechos: muchos altos directivos no lo hicieron ellos mismos.
Los que sabían, los que estaban en primera fila, muchas veces evitaron hacerlo.
Para no meterse en la sangre esos componentes discutidos, controvertidos, a veces sospechados de contener óxido de grafeno?
No son tontos.
No se ponen en riesgo.

Nuestros himnos nacionales

Ahhh, las canciones gritadas por todo un pueblo, millones de personas felices de cantar su himno nacional…
Las canciones que representan al Estado, a una nación supuestamente unida por su pueblo…
Qué manipulación.
Qué ilusión de unión.

Tomen el himno nacional francés:
Las letras, cantadas a todo pulmón durante los partidos de fútbol o el 14 de julio, glorifican el odio al otro, la guerra, la sangre derramada y corriendo por las calles de nuestras ciudades.

Estribillo:
« Aux armes, citoyens !
Formez vos bataillons !
Marchons, marchons !
Qu'un sang impur…
Abreuve nos sillons ! »


Uf… difícil de tragar hoy, ¿no?

Verso:
« Entendez-vous dans les campagnes
Mugir ces féroces soldats ?
Ils viennent jusque dans vos bras
Égorger vos fils, vos compagnes… »


A ver, ¿en 2025?
¿Cómo sigue siendo posible?
¿No existe, en algún lugar, un consejo de “sabios” que diga: « OK, vamos a inventar otro, porque ya no estamos en la Edad Media »?
Pero no.
Ahí sigue.
Alimenta una y otra vez el miedo y el odio.
Enciende a las multitudes con imágenes de sangre y guerra.

¿Todavía estamos en eso?
¿En serio?
Y Francia no es un caso aislado.

Miren el himno estadounidense: « The Star-Spangled Banner ».
¿Lo imaginamos como un canto a la libertad?
Escuchen bien:
« And the rockets’ red glare, the bombs bursting in air… »
Bombas, cohetes, explosiones…
La apología de la victoria militar, de los campos de batalla, de las banderas flotando sobre los cadáveres.

Vean Turquía, con su himno que promete a los enemigos que serán “enterrados”:
« ¡Que ruja la tormenta! ¡Que esa tormenta los entierre! »

¿Y qué decir de Italia?
« Fratelli d’Italia », el bello himno que evoca la sed de combate y la unión bajo la bandera, listos para derramar sangre por liberar la patria.
Palabras de fuego, imágenes de muerte, en todas partes los mismos estribillos: « luchar », « morir », « sangrar », « vengarnos ».

De Polonia a Corea del Sur, de Argelia a Rusia, pocos son los himnos que cantan a la paz o a la fraternidad universal.
Nos tranquilizan diciendo: no es más que un símbolo.
Pero, ¿qué simboliza realmente un canto que llama a matar al otro?
¿A levantar las armas?

Tal vez algún día escribamos un himno nuevo: no para dividir o odiar, sino para unir lo que queda de bueno en nosotros.


Las religiones: dogmas y sumisión

La historia de las religiones es compleja y fascinante.
Al principio, fueron búsquedas de sentido.
Intentos sinceros de conectar al hombre con algo más grande.
Pero muy rápido, fueron recuperadas.

La Iglesia, por ejemplo, se alió con los poderes políticos para controlar a las masas.
Las mujeres, los sabios, los sanadores fueron eliminados.
Dicen que hasta los gatos fueron quemados un año maldito.
Los libros prohibidos.
Las palabras transformadas.

Las religiones instauraron rituales de sumisión.
Posturas humillantes.
Oraciones que refuerzan la carencia más que la plenitud.
Y siempre esta idea de que el hombre es pecador, que debe arrepentirse, que no es digno.


/
No sé ustedes…
Pero yo, que tiendo a mirar el mundo un poco de lado, o tal vez simplemente con más lucidez que otros, admito que tengo una opinión rara sobre ciertas posturas que nos imponen las religiones.

Vamos, riámonos un poco, que hace bien.

Tomemos un momento solemne del cristianismo:
ese donde uno se arrodilla para recibir la hostia, con la boca abierta, la lengua afuera…
A la altura de la pelvis del cura.
Ya sé, no es muy “católico” decirlo así…
Pero, ¿en serio?
¿Cómo no ver una imagen un tanto… fuera de lugar?
O tal vez soy demasiado pícaro, quién sabe…

En todo caso, me da risa, de lo exagerado que es.

Y luego, ¿nos sorprendemos de los escándalos, los abusos, los casos turbios en las zonas oscuras de ciertos representantes religiosos cristianos…?

¿Y los musulmanes?
Otro ritual, otra imagen.
Tocar el suelo con la frente, varias veces al día, en una posición donde el trasero se vuelve el centro del cuadro…
¿Nadie lo ve raro?
¿En serio?

No, no me burlo.
Cuestione.

Porque cuando los gestos rituales se vuelven sumisiones corporales inconscientes, no sorprende que aparezcan desvíos.
Y cuando se infantiliza el cuerpo, cuando se imponen posturas sin conciencia, entonces el poder, el verdadero, el enfermizo, se cuela en los huecos.
Y la historia, lamentablemente, ya nos dio demasiados ejemplos.

La mujer, por su parte, quedó en la sombra.
Inexistente o sumisa.
Inaudible.
La gran olvidada de las religiones… desde siempre.

Durante milenios, y especialmente en los últimos dos siglos, las mujeres fueron relegadas a un segundo plano en la mayoría de las grandes religiones.
No porque les faltara sabiduría, amor o profundidad espiritual, sino porque eran… mujeres.


/
Creo que más que ser relegadas a un segundo plano, las mujeres fueron literalmente reducidas al silencio.
Matadas.
En el sentido de callar, pero también de matar.
Porque llevaban en ellas una conexión instintiva con lo divino, con lo abstracto, con lo desconocido, con lo indomable, en fin, con lo sagrado.
Y eso fue precisamente lo que las religiones institucionalizadas no podían tolerar: un vínculo directo con el misterio, sin intermediario, sin cura, sin dogma.

Hay una historia que me gusta soltar en conversaciones: ¿sabían que la primera mujer del jardín del Edén no fue Eva, sino Lilith?
Una mujer libre, segura de sí, sensual, insumisa.
Rechazaba acostarse en el polvo, rechazaba la dominación de Adán, porque se sabía su igual.
Pero una mujer así no podía ser el arquetipo ofrecido a millones de otras.
Así que borraron a Lilith.
La mandaron al demonio, la pintaron como bruja, súcubo, encarnación del mal.
Y luego, introdujeron a Eva: dulce, dócil, amorosa, dependiente.
El modelo perfecto para moldear generaciones de mujeres disciplinadas.

Lilith y Eva coexisten, sin embargo.
Una no es más verdadera que la otra.
Son las dos caras de un femenino partido.
Y toda la historia religiosa patriarcal no fue más que una empresa para hacernos olvidar a Lilith, para hacernos creer que Eva era la única posible.

Pero Lilith nunca desapareció.
Se quedó en los márgenes, en los cuentos, en los miedos, en los sueños, en el deseo.
Espera que la recordemos, que reintegremos su fuerza.

Y tal vez la verdadera reconciliación de lo sagrado pase por ahí: devolver voz a ese femenino salvaje, sensual, insumiso, que nunca dejó de existir a pesar de las llamas de las hogueras y el peso de los dogmas.

El patriarcado sagrado golpeó fuerte.
En el cristianismo, por ejemplo, la mujer fue durante mucho tiempo asociada a la tentación (gracias Eva), al pecado, a la obediencia.
La imagen de María, pura y silenciosa, vino a imponer un modelo imposible: ser madre sin sexo, amorosa sin reclamar, santa sin poder.

Vale recordar que hubo que esperar… 1944 para que las mujeres tuvieran derecho al voto en Francia.
¿Pero saben cuándo tuvieron derecho a ser monaguillas en la Iglesia católica? 1994.
O sea, cincuenta años después del derecho al voto.
Una eternidad en falda larga.

En cuanto a las mujeres sacerdotes, todavía no son bienvenidas.
Dios habla, parece, con voz grave exclusivamente masculina.

En el islam, las mujeres pueden rezar… pero detrás de los hombres.
Y en algunas mezquitas, están directamente relegadas a una sala aparte, detrás de un vidrio o una cortina.
Se invoca la modestia, el respeto.
Pero en la práctica, lo que se busca es la invisibilidad.

El Corán, sin embargo, contiene versos llenos de sabiduría sobre el respeto mutuo.
Pero la interpretación de los textos por los hombres, siempre los hombres, muchas veces estuvo sesgada, instrumentalizada.
Y vimos nacer códigos de vestimenta, prohibiciones, normas de conducta que confinaron a la mujer a un rol de guardiana del hogar y de la virtud… en silencio.

En el judaísmo ortodoxo, mismo guion: la Torá solo la leen en público los hombres.
Las mujeres pueden estudiar… pero no dirigir.
No en la sinagoga.
No en los textos.
Su voz suele verse como fuente de distracción durante la oración.
Ah, esa voz femenina… demasiado sensual, demasiado peligrosa.


/
Y papá, olvidaste una religión: incluso en el budismo, las mujeres no pueden volverse monjes, o al menos, no en todos los países.
En algunas tradiciones, su ordenación completa simplemente no es reconocida.
Es increíble cómo la mayoría de las religiones institucionales siempre fueron construidas alrededor del hombre, de su lugar, de su autoridad.
Como si la espiritualidad solo fuera accesible a través de él.
No hablo de la fe en sí, sino de la manera en que las religiones fueron pensadas, codificadas y transmitidas, siempre por hombres, para hombres.

Pero no nos pongamos demasiado serios.
Aquí va una anécdota sabrosa:

En un convento, una hermana le pregunta un día a su superior por qué Dios no llamó a mujeres entre los doce apóstoles.
Él le responde, con una sonrisa algo incómoda:
« Porque había que tener la cena lista a tiempo. »
Risas incómodas.
Silencio raro en la sala.
Y sin embargo, este chiste se escuchó en verdaderas instituciones religiosas.
Eso muestra cómo el sexismo puede disfrazarse de humor inocente…

Hoy en día, muchas mujeres siguen siendo espiritualmente poderosas, pero siempre en la sombra.
Curan, enseñan, rezan, acompañan.
Pero rara vez tienen la palabra, el micrófono o el título.

¿La verdad?

Lo sagrado no tiene sexo.
Pero las religiones, esas sí, han tenido muchas veces un problema con lo femenino.

Por suerte, el viento está cambiando.
Lentamente, pero con certeza.
Y ya es hora de que la sabiduría femenina recupere su lugar.
No al lado.
No detrás.
Sino en el corazón de la transformación espiritual que empieza.

Hoy, es hora de retomar el poder sobre la fe.
De reinventar la oración.
No como una súplica, sino como una proclamación.
No para pedir, sino para agradecer.
No para mendigar abundancia, sino para encarnar ya la abundancia.


/
Vamos, otra anécdota bien jugosa, esta vez sobre la religión.

Me casé tres veces.
Sí, tres.
Y cada matrimonio fue una etapa en mi despertar… o en mi des-adormecimiento.

El primero, aún estaba bien metido en el Sistema.
El condicionamiento clásico: boda en la iglesia, frente al cura, la misa y su sermón soporífero.
¿Por qué?
Porque era “normal”.
Porque me enseñaron que así debía ser desde niño.
Así que obedecí, seguí el paso.
¿Resultado? No me aportó nada.
Nada de nada.

El segundo, estaba un poco menos robotizado.
La conciencia empezaba a abrirse.
Esa vez, fue solo en el ayuntamiento.
Solo para estar en regla con el Sistema, en sus archivos bien cuadrados, su casillero civil.
Una formalidad.

Y luego, el tercero… ahí ya había empezado a entender.
Sin iglesia, sin ayuntamiento, sin registros que llenar.
Nos casamos afuera, bajo la luna.
Frente a las caras sonrientes y benevolentes de los Dioses invisibles, esos que no piden nada, salvo ser sincero.

Y ahí… sí, ahí tenía sentido.
Todo lo demás era inútil.

Repensar la oración

En los dogmas religiosos, nos enseñan a rezar con fórmulas hechas.
Palabras aprendidas de memoria, recitadas casi mecánicamente, como si la repetición misma tuviera un poder mágico.
¿Pero qué hay realmente detrás de esas palabras?
Muy a menudo, una vibración de carencia, de súplica, de dependencia.
¿Cuántas veces escuchamos oraciones como:

« Señor, sufro, ven a ayudarme… »
« Dios mío, haz que encuentre trabajo… »
« Te lo ruego, concédeme abundancia… »


¿Pero qué energía estamos emitiendo realmente al rezar así?

Una energía de vacío.
De falta.
De miedo.


El universo, o lo que algunos llaman el campo cuántico, no juzga.
No filtra.
Simplemente amplifica lo que se emite.
Y si tu oración vibra en la carencia, esa carencia se refuerza.
Si rezas sintiéndote pobre, el universo no entiende tus palabras.
Siente tu frecuencia.
Y amplifica esa frecuencia.

En otras palabras: rezar desde la falta es validar y prolongar esa falta.
¿Y si nos atreviéramos a cambiar la perspectiva?
¿Y si aprendiéramos de nuevo a rezar no para pedir lo que no tenemos, sino para encarnar lo que queremos vivir?

En vez de decir:
« Rezo para ser rico »,

¿por qué no afirmar con fuerza:
« Gracias por esta abundancia que vivo cada día. Gracias por todo lo que recibo, por esta energía de prosperidad que me habita y me alimenta. Dios, cómo me encanta esto… »

Ya no es una petición, es una afirmación vibratoria.
Ya no es una queja, es una proclamación interior.


/
Creo que es esencial recordar que rezar afirmando abundancia no basta si, en el fondo, una parte íntima de nosotros no lo cree.
Podemos repetir mil veces « soy rico », pero si una vocecita interna sigue diciendo « no lo merezco », entonces es ese murmullo el que vibra en el universo.
Antes de afirmar, hay que atreverse a mirar dentro de uno y preguntarse: ¿qué parte de mí todavía duda de su valor?
¿Qué memoria, qué herida me mantiene atrapado en la creencia de la falta?

Ahí empieza todo: en ese diálogo interno donde uno decide por fin reconocer sus propios bloqueos.
No para quedarse atrapado en ellos, sino para iluminarlos con conciencia.

Después, la gratitud se vuelve la gran transformadora.
Agradecer por lo que ya está, es cultivar la energía de tener en lugar de la de no tener.
Donde se posa la atención, la vida florece.
Cuando veo la belleza, aunque mínima, de lo que ya poseo, entro en resonancia con la abundancia.
Cuando solo miro lo que me falta, ya no percibo más que el vacío.

Así, rezar no debería ser una súplica hacia fuera, sino un recordatorio interno: merezco, recibo, ya soy portador de lo que busco.

La oración no es solo un acto místico.
Es una emisión de ondas, una señal electromagnética.

Y esa señal entra en resonancia con las estructuras invisibles de la realidad.
Se trata de entender la oración no como una petición a un Dios exterior, sino como un acto creador en nuestro universo interior.

Y otra vez, los dogmas religiosos miran esto con desconfianza.
Si no rezas a tal hora, en tal postura, con tal ropa, en tal lugar sagrado… te consideran « perdido ».
¿Pero quién está realmente perdido?
¿El que piensa por sí mismo y experimenta con conciencia?
¿O el que obedece ciegamente a reglas fijadas hace milenios, a veces absurdas, muchas veces desconectadas de la realidad actual?

¿De verdad debemos creer que la Fuente de toda vida es tan frágil, tan susceptible, que no escucharía una oración si no la haces mirando al Este, o sin haberte lavado las manos como prescribe un manual de hace dos mil años?

¿Debemos creer que el Amor universal se enojaría porque llevaste una ropa de algodón mezclado con poliéster?
¿En serio?

Al final terminamos adorando el ritual, en lugar de lo que supuestamente encarna.
Rezamos a un Dios exterior… cuando todo empieza dentro.
Los que juzgan y señalan a los que despiertan, a los que se atreven a decir « yo creo mi realidad » o « siento mi propia verdad »… no están en la fe. Están en el miedo de salirse de la fila.
Y muchas veces, los que acusan a otros de estar perdidos son simplemente los que nunca se atrevieron de verdad a buscarse.


/
Nací en una familia cristiana.
O más bien… cretino-cristiana, para ser exacto.
En casa, el amor al prójimo, la hospitalidad, la caridad… estaban más en los libros que en la mesa.
Seguro no en las miradas.

Mi madre nos arrastraba a la iglesia – que, por suerte (o desgracia), estaba justo al lado del edificio.
¿Por fe?
No, por apariencia.
Había que salvar las apariencias, hacer de buena cristiana frente a las vecinas, mostrarse piadosa entre dos chismes del pasillo.

Un día, hasta me encontré disfrazado con un taparrabos de mendigo, una vela en la mano, en medio de una iglesia, para hacer mi “confirmación”.
¿Confirmar qué?
Ni idea.
Tal vez mi capacidad de pasar vergüenza en público, sin hacer preguntas.

Por suerte estaba la familia.
No tanto para rezar, sino para llenarse la panza gratis y beber a lo loco en casa.
Ambiente muy… divino, digamos.

¿En casa?
Mi padre golpeaba a mi madre, probablemente inspirado por el espíritu santo.
Mi madre lloraba – tal vez lágrimas de compasión.
Y yo, escuchando todo eso desde mi cama, en el dolor silencioso de un niño que descubre la verdadera cara de la fe… versión doméstica.

Años más tarde, puse un pie en Tailandia.
Y ahí, boom: choque espiritual.
El budismo.
La humildad.
La sonrisa.
El silencio.
El respeto.
Enseñanzas simples, suaves, sin amenazas de fuego eterno.
Una religión sin gritos.
Sin culpa.
Sin espectáculo.

Un soplo fresco para mi alma.
Ni me voy a meter a hablar del Corán.
No por falta de respeto, sino porque ciertos excesos son demasiado visibles como para ignorarlos.
Textos sagrados seguidos al pie de la letra, sin reflexión, en una obediencia rígida y… a veces destructiva.
Especialmente para las mujeres.
Especialmente para la libertad.
Especialmente para la vida.

Claro, existen creyentes hermosos, de todas las confesiones.
Corazones puros.
Almas elevadas.
Excepciones luminosas.
A ellos les digo: gracias.

Pero entre nosotros…
Tal vez ya es hora de salir del molde, ¿no?
De hacerse una pregunta real:
¿Y si no vine a la Tierra para obedecer, sino para vivir libre?

Porque se puede vivir como esclavo, incluso con la fe más sincera.
Y sería un desperdicio.
Un enorme desperdicio.


Salir de las creencias que encarcelan

La verdadera fe no se apoya en textos antiguos ni en ritos impuestos.
Nace del corazón.
Se expresa libremente.
Es relación íntima con lo invisible.
No teme a la herejía, porque está viva.

Creer no es repetir.
Es sentir.

Negarse a seguir ciegamente no es blasfemar.
Es honrar tu inteligencia.
Es salir del rebaño, aunque eso cueste la soledad.
Es elegir amar libremente, pensar por uno mismo, buscar por uno mismo.


El estado, los impuestos: ilusión de protección (¿a dónde va el dinero del pueblo?)

Desde nuestro primer sueldo, un porcentaje se descuenta.
Nos dicen que sirve para financiar la educación, las carreteras, los hospitales, la seguridad.

En resumen: el bien común.
Pero si rascamos un poco, ¿qué descubrimos?
Una máquina burocrática gigantesca, compleja, ineficaz, donde el dinero se diluye en circuitos opacos, casi siempre lejos de nuestras verdaderas necesidades.

¿Quién manda realmente en el estado?

Las figuras visibles del poder rara vez son los verdaderos que deciden.
¿Un presidente? ¿Un ministro?
Son peones, intercambiables.
Los que de verdad mueven los hilos están en otra parte: en los consejos de administración, en los “think tanks”, en las altas esferas financieras y bancarias.
Ellos nunca son elegidos.
Son cooptados.

Y en la cima, casi siempre los mismos nombres, las mismas familias, las mismas escuelas.

ENA, Sciences Po, HEC (Francia): no son lugares para formar servidores del pueblo, sino fábricas para reproducir el sistema.
El círculo cerrado manda.

La corrupción institucionalizada

Claro, nos hablan de transparencia, de ética, de controles.
Pero ¿cómo creer que esos controles funcionan, cuando los que los ponen en marcha son parte del mismo círculo?

Basta mirar los escándalos financieros de las últimas décadas.
Miles de millones desviados.
Contratos públicos trucados.
Acuerdos firmados en la sombra.
Y casi siempre: ninguna condena real.
Como mucho, un aviso.
A veces hasta una promoción… en otro lugar.

La deuda, una mentira organizada

Otro misterio: el estado siempre está endeudado.
A pesar de los impuestos enormes cobrados cada año.
A pesar de la productividad creciente.
¿Por qué?

Porque los estados ya no crean su propia moneda.
La piden prestada a bancos privados.
Y esos bancos cobran intereses.
Es un sinsentido, una cárcel financiera organizada.

Un estado soberano podría crear su moneda sin intereses.
Pero eso se volvió ilegal, gracias a tratados firmados sin consultar al pueblo. Francia, por ejemplo, perdió ese poder en 1973.
Desde entonces, la deuda explota y el dinero de los contribuyentes se va en pagar… intereses.

El pueblo como variable de ajuste

Mientras tanto, los servicios públicos se caen a pedazos.
Los hospitales no tienen personal.
Los profes cobran mal.
Las carreteras se rompen.
Y nos dicen que hay que “apretarse el cinturón”, “reformar”, “recortar gastos”.
Pero las grandes empresas, ellas, reciben créditos fiscales.
Algunas casi no pagan nada.
Amazon, Total, Google… esos gigantes tienen ejércitos de contadores que se saltan la ley legalmente.

Los que sostienen el sistema son los que menos se benefician.

Pequeños arreglos entre amigos

¿Los grandes proyectos del estado?
Muy a menudo, regalos disfrazados para viejos amigos.
Un ministro de salud que se vuelve consultor de un laboratorio.
Un ex presidente que entra al consejo de una multinacional.
Un prefecto que se pasa al sector privado.

Nada ilegal.
Pero todo inmoral.


/
Cuando entré en la escuela de negocios a los 19 años, fue un poco por descarte.
No sabía bien a dónde ir, estaba perdida, influenciable.
Y recuerdo muy bien lo que me dijeron en ese momento: «Aquí pagas por la red.
Por los contactos.
Por la gente que, más tarde, estará bien colocada y podrá abrirte puertas.»

En otras palabras, no venías a aprender a pensar, a crear, a servir al mundo.
Comprabas un asiento en un círculo cerrado.
Una promesa de enchufe, de cooptación, de llamadas que sustituyen a las competencias.

Con el tiempo, me parece escalofriante.
Porque refleja exactamente lo que pasa a nivel del estado: una élite que se protege entre sí, se reproduce entre ella misma y bloquea el sistema.
Nos hacen creer en la meritocracia, pero en realidad lo que cuenta no es lo que sabes hacer, sino a quién conoces.

Y mientras este modelo siga, la ilusión de igualdad seguirá siendo una bonita vitrina para tapar los pequeños arreglos entre amigos.

Ahí pasé 6 meses antes de decidir irme a viajar.

/
Y ahí fue donde de verdad te revelaste…
Y despertaste.

Te vi crecer, volverte adolescente, perderte en facetas de ti misma, empujada por amigas que también se buscaban, entrar en el molde de los estudios superiores, y yo estaba orgulloso porque eras muy buena en lo que estudiabas.

Y cuando me dijiste que querías dejar unos estudios en los que brillabas, al principio no lo entendí.
Pero como viajero yo mismo, no vi ningún problema en que te fueras a descubrir el mundo.

Así que, de verdad, ahora es el mejor consejo que doy a padres que tienen adolescentes y buscan un camino para ellos:
¡Que se lancen a la aventura… de sí mismos!

Porque mi gran orgullo es lo que ustedes se vuelven, mis amores, desde que caminan por su propio sendero luminoso.

¿A quién beneficia el crimen?

Hazte siempre la misma pregunta: “¿Quién gana?”.

Cuando se toma una decisión, cuando se aprueba una ley, cuando se firma un decreto… busca a quién le beneficia.
La respuesta casi siempre te llevará a los mismos círculos.

El dinero como herramienta de control

Ya no es un secreto: el dinero se ha convertido en un medio para controlar a las masas.

Cuanto menos tienes, más dependes del sistema.
Cuanto menos tienes, más tienes que alinearte con las reglas.
Y cuanto más tienes, más puedes librarte de ellas.

El despertar popular, una amenaza para la élite

Lo que teme la élite no es la violencia.
No es la revuelta.

Es el despertar.

Cuando el pueblo empieza a hacerse las preguntas correctas.
Cuando los ciudadanos dejan de creer ingenuamente todo lo que les sirven cada noche en el telediario.
Cuando empiezan a juntarse, a compartir recursos, a crear sus propios modelos económicos.

Ahí sí que da miedo.


Cómo recuperar el poder

  • Reapropiándose del poder de compra de forma local.
  • Rechazando ciertos productos, ciertas marcas, ciertos bancos.
  • Favoreciendo el trueque, el intercambio, los circuitos cortos.
  • Desarrollando una economía paralela, ética y consciente.
  • Informándose de otra manera.
  • Aprendiendo a leer entre líneas.
  • Ani­mándose a preguntar: "¿Y si me libero de todo esto?".

La soberanía interior como última resistencia

El objetivo no es la revuelta. Sería una trampa.
El objetivo es la soberanía.
Interior, primero.
Rechazar vivir con miedo.
Rechazar creer que “es lo que hay”.
Rechazar someterse al chantaje económico.


Ser soberano es:
  • Elegir lo que consumes.
  • Elegir lo que apoyas.
  • Elegir a qué das tu energía, tu atención, tu tiempo.


/
Solo con leer esto ya siento una calma.
Ya no hace falta cortar la cabeza al rey: solo sería reemplazarlo por otro, atrapado en los mismos defectos.
La verdadera revolución es interior.
No se juega contra un enemigo exterior, sino para uno mismo, para su libertad, para su soberanía íntima.

Volverse consciente de su atención y de sus intenciones, ahí está el verdadero poder.
Porque en el gran tablero, el peón que sabe dónde está, que sabe por qué avanza, ya no se puede manipular.

Y otra vez: no se trata de estar en guerra contra “la élite”, como le gusta decir a mi padre.
Se trata de elegir, cada día, retomar las riendas: sobre lo que consumo, sobre lo que apoyo, sobre dónde pongo mi energía.

Es una lucha silenciosa, pero tremendamente poderosa: la de rechazar la esclavitud encarnando ya tu propia libertad.


Reinventar la contribución

En lugar de financiar un sistema opaco, ¿por qué no contribuir directamente a la vida local, a la humanidad real?
Dejar un billete a la camarera de piso.
Dar una buena propina a un camarero.
Ayudar a un comerciante del barrio.

Estos gestos simples devuelven sentido al intercambio.
Restauran la justicia directa.
Reconectan con lo esencial: el ser humano.


/
Nunca he creído de verdad en cómo el estado gestiona el dinero que quita.
Los impuestos, dicen, sirven para financiar escuelas, hospitales, carreteras, servicios de emergencia, en fin, el tejido de la sociedad.
Y en el papel, esa idea tiene sentido.
Pero en la realidad?
Es otra historia.

Demasiado a menudo, ese dinero acaba en proyectos absurdos, obras con costos astronómicos mal gestionados, sueldos de altos funcionarios desconectados de cualquier utilidad concreta, o en presupuestos militares.

Ah sí, el ejército.
Miles de millones para perfeccionar máquinas de muerte, para mejorar la precisión de un misil o la letalidad de un dron.
¿Es eso realmente el progreso?
¿Invertir nuestro sudor, nuestra energía, nuestra contribución en el arte de matar mejor?

What the fuck?!

Así que, a mi escala, elegí otro modo de redistribución.
Más directo.
Más humano.
Donde voy, siempre dejo un billete que, en general, le hace bien a alguien.

En un hotel, nunca me voy sin haber dejado uno bien visible en la cama.
No es un gesto trivial: es para esa mujer invisible, silenciosa, que limpia decenas de habitaciones al día sin nunca ser agradecida.
En los restaurantes, igual. Pienso en las camareras, en sus largas jornadas, en sus sonrisas forzadas para clientes a veces desagradables. Ellas merecen mucho más de lo que su jefe les paga.
Así que dejo.
Y sonrío por dentro.
Siempre una propina, o dar más.

Para mí, esos gestos son políticos.
No son simples propinas: son actos de redistribución consciente.
Actos de confianza hacia las manos invisibles, hacia los que nunca aparecen en los discursos políticos pero que hacen girar el mundo.

Sí, ya sé, me dirán que hay que financiar las infraestructuras, las carreteras, las escuelas.
Pero seamos honestos: ¿qué queda de esas promesas en un mundo donde las autopistas están privatizadas, los hospitales faltan camas, y la escuela se vuelve un desierto de recursos?

Lo que doy, quiero que sirva aquí y ahora, a una persona real, con nombre, cara, historia.
Y de alguna forma, creo que eso es ser ciudadano:
No solo seguir ciegamente un sistema, sino elegir conscientemente a quién confiamos nuestra energía.


La energía del dinero

El dinero no es un fin en sí mismo.
No son más que pedazos de papel impresos o números en una pantalla. Su valor no está en el objeto, sino en la energía que representan y en lo que permiten realizar.
En realidad, lo que da satisfacción no es el billete en sí, sino la experiencia o la posibilidad que abre: alimentarse, viajar, crear un proyecto, hacer un regalo.

El dinero como energía fluida

El dinero es, ante todo, una energía.
Como toda energía, debe circular.
Cuando se estanca, pierde fuerza.
Cuando bloqueamos su circulación por miedo o exceso de control, se convierte en fuente de tensión y no de crecimiento.

Todos conocemos a personas muy ahorradoras, a veces hasta el extremo.
Del estilo “cactus en el bolsillo”, ¡ay… duele cuando meten la mano!
Su dinero queda “inmóvil”.
Pero ese bloqueo no crea más abundancia, al contrario.
Una energía demasiado tensa, como una goma demasiado apretada, termina rompiéndose o sin producir nada.

Dar y recibir

El equilibrio está en la circulación: amar dar, amar recibir.
Cuando el dinero se invierte, se comparte o se usa con conciencia, genera un movimiento que vuelve bajo otra forma.
Cuanto más circula la energía, más crea nuevas oportunidades.

Esta idea es antigua y compartida por muchas tradiciones espirituales y religiosas.

  • En el budismo, se aconseja dar una parte de los ingresos (a menudo el 10 %) en ofrenda o apoyo a la comunidad.
  • En el islam, el zakat, pilar de la fe, prescribe hacer circular una parte de la riqueza en beneficio de los más necesitados. El dinero no debe quedarse parado en la cuenta bancaria.
  • En el judaísmo, la tsedaká insiste en la importancia del don como acto justo y equilibrante.
  • En el cristianismo, la noción del diezmo también incita a redistribuir una parte de los bienes.

Todas estas tradiciones coinciden: el dinero no está hecho para dormir.
Debe pasar de mano en mano, activar otros proyectos, sostener otras vidas, hacer circular la energía creadora.

La ilusión de la “cuenta bancaria”

Centrarse solo en la cantidad guardada en la cuenta bancaria es una ilusión.
Ese bloqueo alimenta el miedo a la carencia y limita la capacidad de recibir más.
La abundancia no es una acumulación estática, sino un flujo dinámico.

Quien entiende que el dinero es energía, y que debe usarse con fluidez, abre el camino a más armonía y prosperidad tanto en su vida personal como profesional.


/
Experiencia personal sobre este tema:

Vendí mi coche a un tipo, hace unos años.
Como soy un tipo simpático (a veces demasiado), acepté que me pagara en varias mensualidades. Dos años.

Pero después de cuatro años… la cuenta aún no estaba saldada.
Todavía me debía partes de las mensualidades.
Cada vez que le preguntaba qué pasaba, me soltaba el mismo estribillo de siempre:
“El negocio está duro, no tengo suerte, espera un poco más…”

Y yo escuchaba, medio educado, medio molesto.
¿Pero adivina qué?
Claro que no le va bien financieramente.
¿Cómo podría irle bien?

Le cuesta mental y emocionalmente devolverme lo que me debe.
Su energía está bloqueada.
Su relación con el dinero es tensa.
Entonces… ¿cómo quieres que el Universo, en su gran generosidad, le envíe toneladas de abundancia?
Así no funciona.

/
Venga, otra jugosa:

Un amigo mío tiene un restaurante.
Desde que lo conozco, jamás me ha invitado a nada.
Jamás.

Habré comido cincuenta veces en su sitio, nos hicimos colegas, y ni una sola vez un gesto simpático, tipo:
“¡Toma hermano, este pastís corre por mi cuenta!”
Nada. Cero. Ni rastro.

En cambio, en cada comida, insiste pesado en que pida una entrada o un postre.
Aun cuando le digo que no tengo hambre.
Ahí ya empieza a ponerse raro, ¿no?

Un día, me suelta orgulloso que lo que más le gusta es… “ganar”.
Ganar clientes, ganar mesas, ganar cubiertos, ganar cuentas grandes.

Yo, personalmente, creo que lo que más le gusta… es la pasta.
Y que es un agarrado de campeonato.
Un rata de manual.

Pero la historia no termina ahí.
Lo más jugoso viene después…

Me cuenta que tiene mucho dinero, en varios bancos de Europa.
Millones, según él.
Pero claro: imposible sacarlos.
Los bancos siempre le ponen excusas ridículas para bloquearle las transferencias.
En resumen: sus millones están atrapados.

Y ahí… ¿ves lo que viene?
Es tan gracioso.
Y tan potente.

El tipo está tan tenso con cada billete que entra en su bolsillo, tan crispado energéticamente con su necesidad de guardar y amontonar, que ha bloqueado su propio flujo.
Resultado: su dinero, en otro sitio, también está bloqueado.

Es mecánico. Cósmico. Vibratorio.
Con solo aflojar un poco su goma —tensa al máximo— todo se destrabaría.
Pero claro, no se lo puedo decir.
No lo entendería.
Y además, tocaría demasiado fuerte su esquema de “tacaño”.
¡Y eso no le va a gustar!

Conclusión: desobedecer para vivir libre

Salir del sistema es, ante todo, salir de la hipnosis.
Es atreverse a mirar la realidad de frente, sin filtros.
Es tomar conciencia de los propios condicionamientos.
Y luego, elegir de otra manera.

No se trata de irse a vivir como ermitaño, sino de actuar con lucidez.
Consumir de otra forma.
Creer de otra forma.
Informarse de otra forma.

Este capítulo no tiene como objetivo convencer, sino despertar.
Sacudir.
Recordar que cada uno es responsable de su conciencia.
Y que mientras la ignorancia sea elegida, la sumisión es voluntaria.

El despertar duele, pero es vital.
Es el único camino hacia la soberanía interior.


/
By the way…
¿Todavía ves la tele?
Entonces, ¡ya es hora de parar!

¿Por qué seguir bebiendo ese caldo tóxico de miedo, angustia y malas noticias, cuidadosamente orquestado para bajarte, anestesiarte y mantenerte bien dócil?

¿No es mejor elegir tú mismo lo que quieres poner en tu mente?

YouTube, una buena película, un documental inspirador, deporte…
Incluso vídeos tontos donde te ríes como loco «jijiji, jajaja» valen más que esa perfusión constante de negatividad que los canales de noticias lanzan día y noche.

Así que venga, cortemos los canales estatales, los talk-shows sin alma, los programas estúpidos para robots, y creemos un nuevo condicionamiento.
Pero esta vez: un condicionamiento elegido.
El tuyo.

/
Recientemente pasé tiempo con una familia donde la costumbre es ver el Noticiero a la hora de la comida.
Y no pude evitar pensar en todas esas horas perdidas escuchando lo que “pasa en otro lado”, en vez de estar plenamente presente aquí.

El noticiero da la ilusión de tener un ojo en todas partes, de formar parte de un todo, de mantener una forma de control porque uno “sabe”.
Pero en realidad, lo que consumimos son relatos vacíos, calibrados, repetidos, esterilizados.
Es un consumo pasivo, que llena el vacío pero no eleva el espíritu.

Mientras tanto, en esa misma mesa, había una riqueza infinitamente más valiosa: las historias íntimas, las preguntas profundas, las emociones reales de los que estaban allí, vivos, tangibles.
Y sin embargo, quedaban en la sombra del ruido mediático.

Creo que eso es el despertar: desviar la atención de la pantalla hacia lo humano.
Escoger nutrir intercambios verdaderos en vez de relatos impuestos.
Atreverse a cuestionar no lo que “el mundo” quiere mostrarnos, sino lo que tiene un valor real, aquí y ahora, en la vida de las personas que podemos tocar, amar, impactar directamente.

Quizás ese sea el gesto más revolucionario: reemplazar el consumo pasivo de información por el consumo consciente de presencia.



── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ── ⋆⋅☆⋅⋆ ── ── ⋆⋅☆⋅⋆

Tómate tu tiempo.

De verdad.


Estas palabras, estas ideas, estas verdades a veces incómodas, no buscan ser consumidas como un fast-food espiritual.
Déjalas reposar.

Como una masa que sube lentamente.
Como un vino que madura en el silencio de una bodega.

No intentes absorberlo todo de un golpe.
Este libro no es un ejercicio de comprensión mental, sino un camino de alineamiento interior.

Regálale a tu mente el espacio necesario.
Regálale a tu corazón la paciencia que merece.
Deja que sea.
Deja que infusione.

Y si lo que acabas de leer resonó, aunque sea un poco, aunque no tengas palabras para explicarlo…
Entonces ya estás en camino.

Recuérdalo:
Un cambio profundo no se impone, se deja vivir.
Deja que el suflé baje.

Hidrátate.
Camina.
Sueña.
Duerme.
Y luego vuelve cuando tu alma te lo invite.




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