La elección voluntaria y valiente entre el amor o el miedo
Elegir ya es un acto valiente.
Pero reconocer de dónde viene esa elección… es un nivel más arriba.
¿Esta emoción que me mueve ahora mismo viene del viejo tanque de miedos que arrastro en la barriga desde la primaria?
¿O viene de esa parte bonita en mí, luminosa, alegre, que solo quiere amar y vibrar a tope?
Muchas veces no está claro.
Pero hay pistas :
Cuando elijo el amor, me siento alineado, fuerte, aunque dé miedo.
Cuando elijo el miedo, me siento protegido… pero apretado por dentro. Como si hubiera elegido la cajita de cartón en lugar de la inmensidad del cielo.
Y ojo, tu cerebro tiene un solo objetivo: evitarte problemas.
Así que en cuanto sales del marco, grita: “¡Peligro! ¡Desconocido acercándose! ¡Quédate escondido!”
Es el ego, ese perro guardián fiel, que gruñe en cuanto te acercas a la puerta del cambio.
Pero se le puede hablar con calma, a ese buen viejo mental.
Decirle:
“Gracias por tu servicio, pero ahora quiero probar algo nuevo. Quiero confiar en mí.”
Y sí, elegir el amor también es elegir un poco de riesgo.
Pero un riesgo medido, sentido, con el corazón abierto… y con zapatos firmes por si acaso.
Porque así es como se avanza: paso a paso, eligiendo un poco menos el miedo… y un poco más el amor.

Los cielos y los dioses tienen una clara debilidad por los auda-CIELOS.
Sí sí, con el juego de palabras cutre incluido, pero es real.
Cada vez que hice algo un poco loco, un poco atrevido, un poco de “vamos, a ver qué pasa”, ¡PUM!: como por arte de magia, las puertas de lo invisible se abrían.
Una casualidad, un encuentro, algo improbable que caía justo en mi camino.
Como si el Universo me dijera:
«Ah mira, por fin se mueve. ¡Mándenle las sincronías, pasamos al modo apoyo activo!»
Pero ahí está la condición secreta:
Creer en tus sueños.
Dar los primeros pasos.
Seguir, una y otra vez, teniendo fe en ti mismo.
Y ahí, sí ahí, las puertas del Universo se abren de par en par, como por magia (o más bien, como por un alineamiento energético bien ganado).
¿No se ha dicho desde siempre?
« Ayúdate, y el cielo te ayudará… »
Así que dale, avanza.
Aunque tengas miedo.
Aunque no sepas bien hacia dónde.
Confía en ti.
Y acuérdate:
¡Los cielos y los dioses aman a los auda-cielos!
Seguir tus pasiones en vez de tu razón
Clave de evolución: ¡haz lo que más te excite!
Hoy en día, si quieres entrar de lleno en la 4ª dimensión, solo hay una regla a seguir: escuchar tu máxima emoción, seguir lo que realmente te apasiona, sin compromisos.
Sí, lo sé… Suena demasiado fácil.
Uno se dice: “No, la vida no puede ser tan simple, tiene que ser complicada, si no, no es seria…”.
Y sin embargo, esa es la clave.
Es exactamente lo que enseña Bashar, entidad canalizada desde hace más de 30 años por Darryl Anka, y seguida por millones de personas en todo el mundo.
Sus mensajes son de una bondad radical: simples, directos, poderosos.
Nos recuerdan que el camino más fluido siempre es el de nuestras pasiones.
¿Por qué?
Porque la 3ª dimensión en la que crecimos está gobernada por la materia, la supervivencia, la mente, el 3er chakra.
Mientras que la 4ª dimensión nos llama a abrir el corazón, a vivir desde la energía del 4º chakra: el del amor, la alegría y las pasiones profundas.
Por la mañana, en vez de preguntarte: “¿Qué tengo que hacer hoy?”, pregúntate mejor:
“¿Qué es lo que más me emociona ahora mismo?”
“¿Qué acción me pone una sonrisa solo de pensarlo?”
Y luego… hazlo, aunque sea un paso pequeño.
Porque al seguir esa vibración, entras en una corriente de energía más grande que tú.
Es ahí donde aparecen las sincronías.
Se abren las puertas.
Llegan los encuentros adecuados.
Te das cuenta de que la vida conspira contigo.
Acuérdate: el camino más simple suele ser el más correcto.
Y esa simplicidad es atreverte a seguir tus pasiones, una y otra vez.

De verdad empecé a vivir – o digamos a despertar – a los 29 años.
Antes, solo sobrevivía.
Entre los amigos, las motos, las chicas, los trabajitos y dos o tres viajes, pensaba que la vida era eso.
Punto.
Pero la verdad, en una ciudad suiza tan sosa como una sopa sin sal, estaba apagado.
Después de años de fiestas, borracheras y deambular por las junglas urbanas nocturnas, sentí que era hora de buscar otra cosa. Así que cambié de rumbo: trabajo de día, meditación de noche, sin salir, y listo, ahorré durante 18 meses.
Luego vendí todo.
Dirección: ¡la vuelta al mundo en bici!
Sí, dicho así suena loco.
Pero para mí era natural: necesitaba irme, salir a buscar… no sabía qué.
En realidad, me estaba buscando a mí mismo.
Vinieron tres años de aventuras, de líos, de giros increíbles… y dos libros, 20 años después.
La isla soñada y el gran salto
Pero hay una escena que nunca olvidaré.Estaba en Koh Phi Phi, Tailandia (sí, la isla de la película La Playa con Di Caprio).
El paraíso total.
Quería quedarme, pero ni idea de cómo hacerlo.
Un día gris, camino por la playa, un poco bajoneado… levanto la vista y veo: una escuela de buceo.
¿Yo? ¿Bucear? ¡Jamás!
De niño siempre me dolían los oídos solo con meterme en la piscina.
Pero ahí pasó algo loco: mi corazón empezó a latir fuerte y pensé: “¿Y si lo intento?”
Entro y le pregunto directo al dueño: “Explícame qué tengo que hacer para trabajar aquí.”
Él me responde: “Fácil, te enseño y luego podrás trabajar.”
Hecho.
OK, me había metido en una industria americana que adora la plata. Padi. Pero a mí me daba igual, yo solo quería quedarme en mi sueño.
Dos años más tarde, era instructor de buceo.
Y mejor aún: me volví fotógrafo submarino, porque el océano me llamaba, porque cada inmersión era pura magia.
Una nueva pasión, salida de la nada.
Y llegó Internet…
De vuelta en Europa, tenía miles de fotos en papel bajo el brazo. Algunas increíbles.
En esa época, Internet recién empezaba (Windows 3.1, las cajas cuadradas en los escritorios, ¿te suena?). Pasé horas escaneando mis fotos, aprendiendo a programar, montando un sitio.
Y ahí, ¡boom!
En el 2000, gano los Nets d’Or de Wanadoo, con aparición en la tele y artículos en los diarios.
Gracias a eso, conseguí un súper trabajo.
Todo porque había seguido un impulso loco en una playa de Tailandia.
Moraleja: cuando sigues tus pasiones, sin calcular, sin esperar nada a cambio, el Universo te abre puertas insospechadas.
Éxitos locos caen del cielo, bajo formas que nunca hubieras imaginado.

Es la manera más simple de entender que no estás donde deberías estar.
La vida, de base, está pensada para ser suave y fluida, como la corriente de un río.
Pero nos metieron creencias: que hay que trabajar duro para tener éxito (¿pero a qué precio?), que un título prestigioso es indispensable para una “buena vida”, que una casa bonita, un coche y mucha plata son sinónimo de éxito.
Por eso, existen mil maneras de vivir el día a día.
Solo nos mostraron una, lo que hace difícil pensar distinto.
Pero la verdad es que vivir no se resume a eso.

Esa pequeña que, antes del condicionamiento de los miedos, antes de que le repitieran que el peligro o el riesgo eran enemigos, solo pensaba en divertirse explorando el campo de lo posible.
Curiosa, espontánea, lista para dejarse sorprender por lo desconocido.
Pero conectarme con ella no fue solo un juego de inocencia.
También me obligó a revisar todas esas veces en que no la escuché, todas esas veces en que tuvo que callarse, aguantarse, adaptarse.
A veces fue duro, casi una confrontación con mis propias traiciones interiores.
Hoy sin embargo, siento que revive en mí.
Vibra en mi corazón, y ha recuperado su lugar.
De nuevo tiene derecho a opinar, a tener impulsos, a tener deseos.
Aunque a veces, esos deseos no tengan sentido para la adulta racional que soy.
Aunque no sean “razonables”, son instintivos, puros, brutos.
Y eso es precisamente lo que los hace valiosos.
Es ella quien me recuerda que la vida no tiene que ser un cálculo permanente, una estrategia o un plan en diez pasos.
La vida, en el fondo, es un baile con la emoción del momento, con la intuición que nos atraviesa, con lo que nos pone una sonrisa sin razón.
Y cuanto más la dejo expresarse, más mi vida se llena de sincronías, de encuentros justos, de fluidez.
Reconectar con esa niña interior es recordar que nuestras pasiones no vienen de la mente… vienen del corazón.